Aquí vamos
Cae la noche, fría, turbia, poco convencional a lo que se espera cuando la tarde estuvo iluminada por un sol que parecía hacer arder el firmamento, me acompañan un saco de lana viejo, una taza de chocolate caliente y un computador donde escribo ligeramente lo que pienso.
Se supone que inicio un nuevo
año, no lo siento. La moral sigue en el mismo lugar, quizá un poco persuasiva y
caótica, imaginando que será si este año se repite la situación. Ad portas de
cumplir años en un momento en el que no lo quiero… así como los otros 16 años
atrás en lo que tampoco lo quería o
disfrutaba. Limpiando mi alma, dejando que ella sola libere todo eso que
durante tanto ha guardado, soltando mis muñecas para escribir algo sin
necesidad de borrarlo como ha sucedido las últimas cinco o seis veces, preso de
una impotencia por el deber ser no el querer.
Mi cabeza sigue siendo un
despelote, pero puedo asegurar que esta vez es uno que logro disfrutar, en mi
mente ronda la idea de cómo somos una coincidencia en este mundo, en este
universo infinito de posibilidades. Ronda la idea de cómo puede existir un
símil a nosotros y de cómo la vida, Dios, el destino o la razón que sea por la
que llegó a tu camino, lo haya decidido así.
Tengo bastantes razones para
agradecer después de un año de mierda donde me vi hundido en depresión,
medicado, al borde de hacer cosas que jamás pensé que haría en contra mía.
Tengo mil razones para agradecer, pero la más importante de ella es que lo
superé, como me lo propuse en algún momento donde todo se había sumido en la
oscuridad y esa “luz al final del túnel” parecía no llegar, ¡Si, lo superé! Y
en este momento es razón suficiente para celebrar, para celebrarme a mí mismo
el hecho de lograr lo que más imposible creía; continuar.
Hoy tengo bastante
arrepentimiento de muchas cosas, una de ellas el miedo a cumplir mis objetivos,
a lastimarme y culparme más de lo que debía por mis errores, a dejarme romper
el corazón cuando más fuerte debía ser, a quebrantar la confianza de personas
que dieron todo de ellas para apoyarme, para cuidarme, para verme sonriendo. De
todas ellas me hago responsable, me culpo, me perdono y en este nuevo año me
propongo continuar y no repetir. Por más frágiles que seamos, por más sumidos
en la depresión o en la angustia, en el desespero o en la zozobra, solo puedo
perdonarme y decir: “Santiago, lo vas a lograr todo, cabrón”.
Hoy, después de muchos años de no
hacerlo, quise dedicarme unas palabras. Quizá a quien lea esto puedan caerle
bien, y eso también estará bien, pero estas son para mí, porque quiero hacerme
entender que los propósitos de la vida, por más extraños e inquietantes que
puedan ser, son quienes definen lo que llegamos a ser como personas, como
amigos, hijos, hermanos. Y me ha costado un montón de noches en vela entenderlo,
noches en que las lágrimas salían de mi como si quisieran desahogarme y
limpiarme de algo que debía hacer. Me costó mucho dolor, físico y sentimental,
porque me ataqué como si yo fuera mi propio némesis, me descuidé, me
despreocupé y dejé que fuera la vida quien me llevara, a donde quisiera. No me
importaba nada y todos los días al despertar solo pensaba: “Vida, estoy listo,
llévame cuando quieras” y en la noche solo agradecía la idea de que no hubiese
sido así, y sin embargo no me molestaba si pasaba en ese preciso instante.
Así que hoy esto es de mí para
mí, y aunque posiblemente algo dentro ya lo sabía, o el apoyo de personas muy
importantes lo traía a mi diario vivir solo me puedo decir: ¡Bien logrado! Te
lo mereces todo, tanto lo bueno como lo malo, porque de lo malo aprendemos. Lo
malo nos enseña que no debemos hacer y qué consecuencias trae si lo repetimos.
Y lo bueno resulta ser como ese premio por hacer las cosas de la manera
correcta, o quizá de la manera en que siempre debería ser.
Hoy me merezco volver a sonreír
casi todo el día, suspirar constantemente. Hoy me merezco verme al espejo y por
primera vez en muchos años no sentirme mal con la persona que veo, sino por el
contrario halagarla, darle comodidad, hacerla sentir que es increíble y que la
vida lo tiene listo para lo que se venga, con metas claras, con fuerza para
lograrlas, con valentía para sobrellevar todo (y si, nada va a ser tan
estrictamente perfecto como para no necesitar valentía y coraje en algún punto)
Hoy decidí que me merezco mil cosas buenas, y que en el camino a tenerlas,
quizá seguirán pasando unas malas, pero siempre me levantaré de la tierra, me
limpiaré y continuaré en camino a lograrlas todas. Porque estoy hecho de braveza,
de perseverancia y de ganas, de esas que salen de adentro, que hinchan el
corazón y por más que me sienta derrotado, me gritan que aún hay más para dar y
que lo puedo lograr.
Hoy esta va por mí, y por todos
los que lucharon hasta el cansancio, por quienes dudamos de los propósitos, de
lo que podría pasar, por quienes nos lastimamos porque no hallábamos razones
para continuar: Acá estamos, y acá seguiremos, dando lora, pisando fuerte,
cumpliendo metas y dejando esa huella fuerte en el mundo, esa huella que
impulsa a luchar con más motivos, con más energía, siempre con un pensamiento
en la mente: Me perdono, soy fuerte y lo voy a lograr.
¡Prepárate, 2021, que este año voy por ti!
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